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Miguel Vidal o la inefable mirada que narra un todo

 

Es tan enigmática la belleza que nunca se sabe dónde puede aparecer. Miguel Vidal, fotógrafo pontevedrés, topó con ella en una sórdida habitación de un motel a las afueras de la ciudad.  Como un amante furtivo, que sin querer se enamora, Vidal se apropia de la Room 111 para realizar allí sus fantasías, con mujeres de diversa índole profesional. Sus cuerpos desnudos danzan sigilosos, un baile de quietud, por los rincones de la habitación mostrando todo su potencial físico y poético. 

Así como los románticos padecen ante lo sublime de una montaña, el artista gallego congela en objetivo de su cámara, los recovecos de las dulces pieles de sus modelos. Se trata de la elevación de una mirada que sueña con historias de amor y sexo en un no lugar. Allí donde la memoria  de los otros esconde aquello que entrañaron sus actos carnales, es en el mismo espacio donde Vidal encuadra sus visiones sobre las mujeres.

La fotografía del autor es la captación de una contemplación descarada  que se rige por un deseo pautado tan sólo por una técnica infalible. La demostración de este legado de su profesión es la poesía que emana su trabajo.

Esclavas de una pasión sin límites, las féminas sobre las que Miguel Vidal construye sus sueños y pesadillas, se convierten en volubles Venus. Estas diosas del erotismo muestran sinceras expresiones de los anhelos de un artista, que trasmuta a sus modelos a un mundo de ensoñaciones sexuales del que no podemos escapar.

¿Puede una mirada ser sedosa? ¿Puede un parpadeo ser dramático? Puede, claro que puede, tan sólo hay que liberar esa espiritualidad carnal que mueve su obturador al ritmo penetrante del pulso del fotógrafo.

Las posturas de sus musas, los objetos de deseo y la contraposición de las partes que sus dípticos riman, consiguen llegar más allá del propio marco de la fotografía.

El espectador se encuentra con unos cuerpos entregados a la voluntad de un voyeur, que excita su objetivo ante tales visiones sexuales. 

Observando los centímetros de piel, que las mujeres ofrecen a cambio de convertirse en eternas, encontramos una cesión del yo que habla de una entrega absoluta al amo de una mirada candente.

Un amo que, en ocasiones, castiga, ama, seduce y engaña con la convicción de que existen verdades absolutas en todas y en cada una de las posturas de estas diosas de motel.

Porque hay cielos en las moquetas de Room 111. Cielos con estrellas que iluminan los deseos de una mirada kantiana, decidida a encontrar la respuesta a su moral sobre una cama, un suelo, y demás objetos mundanos, que destapan el pensamiento humano sobre la divinidad de los cuerpos, que sus poros exudan a gritos.

La calidad del trabajo de Miguel Vidal se mide en impulsos. La recreación desiderativa de sus obsesiones terrenales, eleva su obra a un sentimiento íntimo, haciéndolo público y confesando con voz firme, que la belleza del erotismo es un manifiesto de sueños que el artista ha hecho realidad.

Sus mujeres nos regalan en cada uno de los disparos de Vidal, versos que encuentra su continuación en la memoria del espectador. Así es como se completa esta obra tan poética, digna de un lugar propio en la Historia del Arte.

No hay duda alguna sobre la labor de este fotógrafo de visión certera. Una mirada cincelada a través de años de experiencia en el campo de la fotografía. 

Son las pupilas de Miguel Vidal dos agujeros negros donde empieza todo. 

El ritmo de Room 111 es vertiginoso y plácido a la vez. Narra la cesión de un trabajo íntimo, que ve la luz, para el deleite del espectador, el cual conoce los deseos y transmutaciones de una líbido que se arrodilla ante la belleza de unas mujeres que nos lo han dado todo.

La magia y la calidad de este fotógrafo, de inefable mirada, reside en concedernos de manera tácita los objetos de deseo y en la propia captación de cada uno de los metafóricos suspiros de sus musas. 

La genialidad de un artista reside en elevar su obra a un sentimiento universal sin que esta deje de ser absolutamente particular. Miguel Vidal lo consigue.

 

 

 

 

 

Miguel Vidal or the ineffable look that tells all.

 

Beauty is so enigmatic that you never know where it might show up. Miguel Vidal, a photographer from Pontevedra, found it in a sordid motel room in the suburbs of the city. Like a furtive lover who falls unwittingly in love, Vidal takes over Room 111 to realize his fantasies with women of diverse professions. Their naked bodies dance quietly---a peaceful dance---throughout the room showing their physical and poetic potential. Just like romantics are moved by a sublime mountain landscape, the Galician artist freezes every detail of the tender skin of the models with his camera lens. This is the look of someone who dreams of love and sex in a place that does not exist. Vidal frames his views of women with the same walls that hide memories of others. The photographs reek of desire, bounded only by the artist’s infallible technique. Their legacy is the poetry that emanates from his work. Slaves to unlimited passion, the females whom Miguel Vidal builds his dreams and nightmares upon become volatile Venuses. These erotic goddesses reflect the artist’s longings, who takes his models to a sexual dreamscape from which there is no escape. Can a gaze be silky? Can a blink be dramatic? It can, of course it can. It´s only a matter of allowing the photographer to move his shutter at the rhythm of his pulse. The postures of the muses, the objects of desire and the contrast of the parts rhymed by his diptychs reach beyond their frame. The viewer finds bodies surrendered to the voyeur´s will, his camera lens excited by the sexual context. The centimeters of skin that the women show in exchange for becoming eternal, we discover a surrender of the self to the burning look of the master. A master who, on occasion, punishes, loves, seduces and fools, convinced that there is an absolute truth in each and every posture of the motel goddesses. Because there are skies on the carpet of Room 111. Skies filled with stars that light the desires of a Kantian gaze, determined to find moral answers on a bed, on the floor, and in other worldly objects, uncovering human thoughts about the divinity of bodies. The quality of Miguel Vidal´s work is measured in impulses. The recreation of his earthly obsessions lifts his work to an intimate feeling, making it public and confessing that the beauty of eroticism is a manifestation of dreams that the artist turned into reality. His women give us, in each of Vidal´s takes, verses that find their continuation in the observer´s memory. This is how this poetical work is completed, becoming worthy of a place for itself in the History of Art. There is no doubt about the photographer´s accurate vision. A vision carved through years of experience in photography. Miguel Vidal´s pupil are two black holes where everything begins. The rhythm of Room 111 is vertiginous and placid at the same time. It gives us access to an intimate work that sees the light for the benefit of the viewer, who knows the desires of a libido that kneels in front of the beauty of women who have given us everything. The magic and quality of this photographer of ineffable gaze lie in giving each of us, tacitly, the objects of desire and the metaphorical sighs of the muses. The true genius of an artist is to raise his work to a universal feeling but preserving its uniqueness. Miguel Vidal does it.

 

 

 

 

 

Miguel Vidal ou l´ineffable regard que tout le raconte.

 

La beauté est si énigmatique que l'on ne se sait jamais où elle peut apparaître. Miguel Vidal, photographe de Pontevedra (Galice, Espagne), est tombé sur elle dans une chambre d'un motel en banlieue. Comme un amant furtif, qui sans le vouloir tombe amoureux, Vidal s´approprie la Room 111 pour y réaliser ses fantaisies, avec des femmes de différente nature professionnelle. Leurs corps nus dansent silencieux, une danse de quiétude, dans tous les coins de la chambre en montrant tout leur potentiel physique et poétique. De même que les romantiques souffrent devant le sublime d'une montagne, l´artiste galicien surgèle l'objectif de son appareil photo, les recoins de douces peaux de ses mannequins. Il s'agit de l´élévation d'un regard qui rêve d'histoires d´amour et de sexe dans aucun lieu. Là où la mémoire des autres cache cela que ses actes charnels ont comporté, c´est dans le même espace que Vidal encadre ses visions sur les femmes.

La photographie de l'auteur est la captation d'une contemplation effrontée qui se fie à un désir posé seulement par une technique infaillible. La démonstration de ce légat de sa profession est la poésie qui émane son travail.

Esclaves d'une passion sans limites, les femmes sur lesquelles Miguel Vidal construit ses rêves et cauchemars, elles deviennent des versatiles Venus. Ces déesses de l'érotisme montrent de sincères expressions des désirs d'un artiste, qui transmute à ses mannequins à un monde de rêveries sexuelles auquel nous ne pouvons pas échapper.

Un regard peut- il être soyeux? Un clignement peut-il être dramatique? Il le peut, bien sûr qu'il le peut, il ne faut que libérer cette spiritualité charnelle qui bouge son obturateur au rythme pénétrant du pouls du photographe.

Les postures des muses, les objets de désir et la confrontation des parties que ses dyptiques riment, ils réussissent à arriver au delà du propre cadre de la photographie. Le spectateur se trouve face à des corps abandonnés à la volonté d'un voyeur, qui excite son objectif devant de telles visions sexuelles. En observant les centimètres de peau, que les femmes offrent en échange de devenir éternelles, nous trouvons une cession du moi qui parle d'un abandon absolu au maître, à un regard brûlant.

Un maître qui, parfois, punit, aime, séduit et trompe avec la conviction que des vérités absolues existent dans absolument toutes les postures de ces déesses de motel.

Parce qu’il y a des ciels dans les moquettes de Room 111. Des ciels étoilés qui illuminent les désirs d'un regard kantien, décide à retrouver la réponse à sa morale sur un lit, un sol, et d'autres objets mondains, qui révèlent le pensée humaine sur la divinité des corps, que ses pores exsudent á cris.

La qualité  du travail de Miguel Vidal se mesure avec des impulsions. La récréation désidérative de ses obsessions terrestres, élève son œuvre à un sentiment intime, en le rendant publique et en avouant d'une voix ferme, que la beauté de l'érotisme est un manifeste de rêves que l´artiste a rendu réel.

Ses femmes nous offrent dans chacun des coups de feu de Vidal, des vers qui trouvent leur  suite dans la mémoire du spectateur. Voilà comment se complète cette œuvre si poétique, digne d'un lieu propre dans l´Histoire de l'Art.

Il n´y a aucun doute sur le travail de ce photographe de vision sûre. Un regard ciselé à travers les années d´expérience dans le domaine de la photographie.

Ce sont les pupilles de Miguel Vidal deux trous noirs où tout commence.

Le rythme de Room 111 est vertigineux et placide en même temps. Il raconte la cession d'un travail intime, qui voit la lumière, pour le délice du spectateur, lequel connaît les désirs et  transmutations d'une libido qui s´agenouille devant la beauté des femmes qui nous ont tout  donné.

La magie et la qualité de ce photographe, d´ineffable regard, réside en nous accorder de manière tacite les objets de désir et dans la propre captation de chacun des soupirs métaphoriques de ses muses.

Le génie d'un artiste réside dans le fait d’élever son œuvre à un sentiment universel sans que celle-ci cesse d´être absolument particulière.

Miguel Vidal y réussit.

 

 

 

 

 

María von Touceda

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